domingo, 5 de julio de 2009

Biografía : Pablo Andrés Félix Castillo


Nació en la capital de la mitad del mundo, un día veinte del onceavo mes de 1993. Sus progenitores son Nelson Félix y Gloria Castillo. Es el último de tres amados y considerados hijos.
Sus estudios primarios los hizo en el Instituto Bilingüe Santa Infancia, solamente el primer año de educación básica; desde segundo año ingresó a la Academia Almirante Nelson, donde actualmente cursa el 4to año de Secundaria.
Para escribir parte de la historia de vida de Pablo, mi pequeño y último hermano, me he parado varios minutos frente a la gruesa y blanca puerta de su habitación, he pasado la mirada lenta, de izquierda a derecha varias veces y he logrado descubrir pequeños y diminutos mundos que de una u otra forma me dicen parte de lo que es él.
Además se me han venido una infinidad de viejos y empolvados recuerdos a la cabeza que van pasando por mis adormitados ojos, cortas y largas etapas de mi transitada vida relacionadas con cada cosa que miro y que también tiene que ver con la de él, como al ver un balón de fútbol: viejo, algo desinflado y sucio.
Pablo y yo, entrenábamos y jugábamos con esa tan golpeada pelota en el desolado y maltratado parque de atrás de la casa. Nos colocábamos en la parte donde más suave y abundante era el verde y amarillento césped, allí montábamos los arcos de fantasía con desgastadas botellas plásticas y cuando no las encontrábamos poníamos alguna sudada prenda de vestir: gorras, chompas, camisetas, brazaletes, etc. pues al final, todo servía para delimitar los dos largos y gruesos postes verticales imaginarios.
El pequeño, entrenó y jugó fútbol por varios meses en una sencilla e improvisada escuela del barrio. Su evidente y alegrante ilusión cuando era titular y su deprimente y oscura desilusión cuando llovía o perdían partidos, son imágenes en blanco y negro que están presentes en mis recuerdos. Son parte de su corta vida.
Varios días estuvo fuera de las polvorosas canchas, hasta que en octubre del año 2007 pudo jugar en el equipo de sus amores: la Escuela de Fútbol del campeón de América, Liga Deportiva Universitaria. En este club se entrenó por varios meses y se ausentó por unos cuantos, debido a bajas calificaciones, tardes frías de lluvia, desbordante pereza y múltiples desencuentros emocionales (propios de esa edad y de cualquiera).
La alta y dura competitividad, la ausencia de buenos y cercanos compañeros y de resultados positivos, hicieron que Pablo abandonara por segunda vez al equipo “merengue”. En esta ocasión la única razón fue que no se adaptó al juvenil grupo.
Regreso de un largo y profundo bagaje de viajes mentales, y obviamente me doy cuenta que las manecillas del reloj habían dado más vueltas de las que yo pensé, de nuevo fijo mi asombrada y algo concertada mirada en el imponente fondo de su cuarto y encuentro en recién pintadas y ya algo empolvadas repisas de madera varias colecciones de brillantes y algo desgatados muñecos y figuritas como: del increíble Batman, de los poderosos Dragon Ball, del confuso y misterioso Yu-Gi Oh, de los espaciales e intergalácticos Star Wars, y del intachable Spider Man, entre otras; que también marcan parte de su aún tibia y amalgamada personalidad, pues allí están sus queridos y conservados juguetes de las primeras partes de su vida, sus divertidos y apropiados juegos, sus anhelados héroes y sus despreciables villanos.

Frente a mí, una pila de desalineadas cajas de discos compactos, puedo ver en sus un tanto borrosas portadas y carátulas que se tratan de juegos de video para Play Station. Y otra vez vienen a mi algo turbada cabeza recuerdos en los cuales mi hermano está sentado frente al televisor con el control de mando en sus manos, en las tardes, en las mañanas, en las noches, conmigo, con algún amigo o solo, se entretiene y pasa el tiempo intentando ganar el ajetreado juego. Creo que esta es una actividad frecuente en él, le gusta, le encanta y desde pequeño tuvo fascinación hacia los videojuegos, a adentrarse en realidades virtuales que a veces creo que afectan su identidad.
En otro iluminado y claro rincón del barroco cuarto veo una guitarra eléctrica muy atractiva, es de color rojo y negro, está allí, acostada sobre su mal tendida cama reposando después de una larga y cansada jornada de haber sido utilizada por las gruesas y algo toscas manos mi pequeño hermano. Canciones de Guns &Roses, Metalica, Black Sabbath, Aerosmith y varios grupos de rock gringo de los ochentas y noventas son el repertorio de casi todas las tardes, muchas canciones suenan perfectamente, otras no tanto, pero están dentro de las emociones de Pablo y de su gusto musical. Nuevamente una descarga de imágenes y recuerdos pasan por mi mente. Las manos de mi hermano agarrando la guitarra, formando una sola figura armónica e inseparable con un fondo de notas y acordes que se repiten una y otra vez cada día.
Pablo Andrés, un chico de pocas palabras, sencillo, amable, honesto, aparentemente cerrado en su propio y misterioso mundo pero que sabe compartir lo mucho o poco que tiene con los seres que ama. Su cariño único e indescifrable está expresado a través de forzados cumplidos y destellantes sonrisas profundas. En cuanto a logros, pues a lo largo de su vida sólo él los sabrá, pero sin duda se ha ganado un lugar exclusivo en los corazones palpitantes de nuestra numerosa familia. Lo vemos como de costumbre que de lunes a viernes, toma su colorida mochila (muy pesada), se la pone en su ancha espalda, sale de la casa, intenta vivir, quiere vivir.

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